domingo, 5 de febrero de 2012

la sombra del sombrero

La sombra de un sombrero lleno de drogas.
Unos ojos locos desorbitados, inyectados en sangre, me escuadriñan entre mechones grasientos a la sombra de un sombrero enorme, gigantesco y negro, un cono burlón que prolonga el cráneo deformado que sostiene su cara. Huele a opio, a heroína, a sudor y a orina, veo como sus manos huesudas de yonki maloliente se frotan la una contra la otra, intentando calentarse. El frío le congela las pelotas y hace que su polla esté, sea, pequeña, arrugada y replegada sobre sí misma, como un gusano hinchado. Un plástico es su bien más preciado, sobre él duerme tanto si llueve, como si hace calor, como si nieva.
Cuando paso frente a él, noto su turbación rondándome, dando vueltas a mi alrededor, rodeándome. Su mirada de loco. Cada noche que le veo, apestoso y débil, en el suelo bajo su plástico, me pregunto si le veré al día siguiente. La vida pende de un hilo, y mi morbosidad curiosa desearía saber, desearía ver materilizada esa línea entre segundos que separa la vida de la muerte, esa exhalación, en terrible soledad, en un descampado del centro-sur de Madrid. Me lo imagino muerto por la mañana, azul por la congelación, y la gente madrugadora de mierda pasando casi sobre él sin percatarse.
Me pregunto si verá monos al dormir sobre el asfalto.

Son los monos quienes invaden mis sueños.

Unos monos raquíticos, como mi vecino mendigo, muy bajos, de pelo negro y gris, con muchas calvas cubriendo (o descubriendo) su cuerpo. Sus hocicos son de líneas rectas y angulosas, grises también, y bajo ellos asoman unos colmillos feroces, cada vez que abren sus fauces me los muestran, aterrorizantes, escupiendo babas y una especie de chillido agudo. Veo también sus culos, sin pelo, llenos de pústulas, heridas y callos; también eso me asquea. Han desarrollado una dureza, fea y negra, que les hace las veces de almohadón para sentarse.
Corro por un buque atlántico totalmente vacío, desesperada: mientras el barco navega, y lo está haciendo, no corro peligro; pero en cuanto el barco reduce su velocidad gradualmente, y lo está haciendo también, los gritos de los monos van haciéndose más y más estridentes, y evidentemente no estoy lo suficientemente preparada para enfrentarme a los monos caníbales de culos pelados. Más vale que busque un refugio, y que guarde allí todo lo que considero de valor.
Mierda, los monos.


Es el mensaje que me han dejado para la eternidad.

viernes, 15 de abril de 2011

Una vez oí

Una vez escuché, oí,
y me dieron ganas, como de una curiosidad apimientada,
de expander y de expanderme
con todo lo que me crea y me forma,
por la red.
No sé si tiene mucho sentido a estas alturas pero por diversión, por quejarme, por dejar una pequeña huella en un muro perenne que quién sabe quién consultará,
a quién enojará o a quién hará sonreir.
Por probar...